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20/9/11

esto es sólo mecanografía


Ara vos prec
Jerónimo Fernández Duarte


Alrededor del año 1000 d. C., en el sur de lo que hoy es Francia, que entonces se conocía como el Languedoc, tierra de cátaros y trovadores, de lengua occitana, surgió una refinada y compleja concepción del amor como reflejo de las relaciones de vasallaje medievales conocida como amor cortés.

Lo más curioso de esa concepción es que era ante todo literaria: un juego poético que transcurría más allá de la realidad; el amor cortés se oponía al matrimonio o mal casament, lo que no es de extrañar, pues los matrimonios solían ser poco más que alianzas comerciales, militares, dinásticas o patrimoniales, llegando en ocasiones los nobles a casarse en ausencia o cuando aún eran niños.
Todo un corpus poético de más o menos trescientos años de duración, con centenares de trovadores distribuidos en muy diversos reinos que ocupaban lo que hoy son Reino Unido, Francia, Alemania, Portugal, España e Italia, ilustra, argumenta y sanciona todo un código de actitudes, creencias y usos amorosos cuyos ecos llegan hasta hoy.

Por lo general, un poeta, trovador o no —trovador era el poeta que además cantaba sus composiciones, pero se podía ser poeta y encargar a otro ( el juglar) que las cantase—, se declaraba enamorado de una dama noble, por supuesto, y se ponía a sus servicio como enamorado, al que si la dama era compasiva, daba prendas de amor, y si era ingrata, lo dejaba abrasarse en el fuego de la pasión y el sufrimiento, sin prendas ni privilegios que compensaran tan grande amor. Un detalle importante es que las damas eran siempre damas casadas, lo que hace evidente que se trataba nada más que de un galante juego literario, ya que las composiciones eran del dominio público y se exhibían en las cortes y castillos en los que mandaba el marido de la dama, y cuesta creer que todos aquellos maridos, caballeros de pelo en pecho y cota de malla, que lo mismo despedazaban infieles en Tierra Santa que se zampaban un jabalí matado con sus propias manos, fueran todos cornudos y más aun; cornudos felices, puesto que solían ser ellos mismos los que daban alojamiento, asignación y regalos y prebendas en sus cortes a los que celebraban y galanteaban a sus mujeres. Claro, que a lo mejor no estaba mal tener a alguno que entretuviera a la parienta mientras tú te dedicabas a poner en práctica el derecho de pernada, o lo que es lo mismo, pasarte por la piedra a siervas y vasallas.

Lo extraordinario, sin embargo, no es la fortuna que esas cortes de amor conocieron entonces, sino la pervivencia posterior de muchos de sus postulados, costumbres y usos amorosos, cuando el mundo que los había alumbrado y cobijado ya no existía: Dante vio una sola vez a Beatriz, cuando ella tenía siete años, Julian Sorel y el joven Werther se enamoran y rondan a mujeres casadas que no pueden corresponderles y eso cimenta su desgracia. Incluso podemos encontrar ecos lejanos del amor cortés y todas sus ceremonias en los culebrones, en las canciones pop y en las comedias románticas hollywoodienses.

1 comentario:

juan felipe dijo...

Saludos, les escribo desde Colombia, mi nombre es Juan Felipe Galindo, soy Artista Visual, además escribo: relatos, prosa poética. He colaborado en varios medios impresos y digitales, nacionales y extranjeros. Me enteré de su revista a través de la red y me ha parecido muy interesante, deseo saber si actualmente aceptan colaboraciones de ILUSTRACIÓN para su EDICIÓN IMPRESA.

Gracias